Veintinueve

No digo que me encuentre mal, una cierta rutina me favorece, una dosis moderada de tedio me concede o me regala inspiración, un poco de aburrimiento o normaliza mi vacío o es un atajo rápido y seguro hacia el sentido común. Un poco de cada cosa está bien, se ordena el inmediato pasado, va cayendo la fina arena del tiempo sobre el tamiz del olvido, gana el pensamiento en silencios y el corazón agradece esa calma y esa propuesta de paz. Instalado en esa tregua de condiciones pactadas -con la vida, o con sus representantes, no lo sé- las emociones, las fuertes, exhiben sus nuevos disfraces en escenarios de virtualidad. Entre un público anónimo que grita los goles frente al televisor o en el corazón de una plaza, entre un público bullicioso y alegre que espera un pregón. Camuflada, confundida entre las masas, la emoción sublima su necesidad de presencia. Mientras tanto, el amor está en la reserva. La pasión carnal, con un ojo abierto, duerme y despierta al vaivén de roces imaginarios, percibe la alusión de una mirada, se deja algunas noches convencer. Forzosamente, lo intenso no siempre tiene razones para ser dañino. Y sin embargo, sueño a veces con una intensidad que duela, con un deseo punzante, con un amor que hiera y rompa este pacto, plácido pero agonizante, con la indiferencia y la monotonía.

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