Marosa no viene

Hace tiempo que Marosa no viene. Casi mejor. Más o menos desde que está a cargo del caso de los dobles, una serie de apariciones constantes que están trastornando la región, réplicas exactas de vecinos y nativos que aprovechando la identidad falseada cometen hurtos y pequeños robos en establecimientos de la comarca, ensucian el mobiliario urbano o se van de los bares sin pagar. Como es lógico, esta serie de delitos y faltas ha generado tremendas confusiones, en el vecindario y en la policía, que encuentra dificultades inéditas en la investigación y la acusación de los mismos. Cada vez más. Incluso en Las Brasas, la comarca más pobre y despoblada del territorio se han dado casos de burlas y cortes de mangas nunca vistos. Y los refuerzos policiales llegados de departamentos aledaños están siendo insuficientes. Lugareños cuya honradez y conducta ejemplar eran emblemáticos, se ven ahora envueltos en requerimientos y denuncias judiciales que empañan provisionalmente su probidad. En ocasiones, con razón, porque las aguas revueltas de este improvisado caos, ampara la resurrección de viejas rencillas y venganzas. La proliferación de dobles es tan abundante y se extiende con tanta rapidez, que, prácticamente, la mayoría de los ciudadanos tiene el suyo, y se sospecha de algunas identidades que han alcanzado ya una tercera réplica. En declaraciones a un periódico local, Marosa, la jefa de AAMM de la policía de la región, sostiene que esta circunstancia abre la vía a una posible resolución del caso, porque descarta la aparición del fenómeno como hecho natural y apunta a una causa insostenible: los devastadores efectos del cambio climático, que impulsan  a grandes masas de dobles repartidas por las antípodas del planeta a encontrarse con su original. Sin embargo, en declaraciones a un periódico local, Marosa, la jefa de AAMM de la policía de la región, acusa a Marosa, la jefa de AAMM de la policía de la región, de alarmista y antipatriota, porque este tipo de oleadas, sujetas a ciclos naturales a veces de siglos, desaparecen con el mismo misterio que producen su aparición. Y cuando desaparezcan, desaparecerán con ellas los altercados, los disturbios y la confusión, dice Marosa: no conviene actuar con precipitación. Pero volverán, con más intensidad y un mayor número de réplicas, dice Marosa: hay que actuar, actuar ya, cuanto antes. Y mientras tanto, aplicar la ley, dice Marosa. Y aplicar la ley, mientras tanto, dice Marosa. Bueno, ahí parece que hay un princípio de acuerdo, a lo mejor las cosas no están tan mal. De todas formas, hasta que los dobles no desaparezcan del todo, es mejor que Marosa no venga. Por si acaso, que Marosa no venga.

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Reciclajes

Lunes , 9 de agosto. 2010

En el portal de al lado vive una negra. Es joven, más bien baja, viste faldas cortas. La he oído hablar y habla un castellano nítido, fluído, coloquial, pero no sé de donde es. No me llama la atención su belleza, ni me siento atraído por su cuerpo, de piernas musculadas y espaldas masculinas. Me gusta el color de su piel. Es de un negro pulido y seco, como gastado, como erosionado. La piel, no. El color. La piel es joven, tersa y fina. Parece el color de su piel el de una de esas guerreras subsaharianas que fecundan las ensoñaciones de los opiómanos, seres incorpóreos, fabricados con arena, que habitan insólitos laberintos excavados en inestables dunas. Desde arriba, desde mi balcón, en las noches de farolas llenas, su figura encarna una composición metálica, ardiente y magnetizante. Alrededor de ella, de su falda blanca y de su camiseta de tirantes también blanca, bailan los ciegos aspirantes del deseo. A ellos los pongo aparte. Son gritones, exhibicionistas, provocadores pasivos. El afortunado es un grandote de camisa sin botones, probablemente más alto que pesado. De todos, el más callado. Escupe despacio y fuma sin avisar. Con ese se va siempre, luego, más tarde, al final, cuando la plaza empieza a entregarse a la silenciosa voracidad de la noche. De día, apenas se les ve.

 

Martes, 10 de agosto. 2010.

En el mismo portal donde vive la negra viven también unos marroquíes. Por debajo de mi balcón, su terraza queda expuesta al escrutínio de mi mirada, pocas veces inocente. Pero los veo poco. A veces juntos, cuando toman té o huyen del sofocante calor del interior. Pocas. El verano no aprieta. En solitario, tienden la ropa o se apoyan en la vieja baranda de obra y hablan por el móvil o  extienden una esterilla y rezan. Con corrección, sin aspavientos, discretamente. Uno de ellos duerme ahí. Por la mañana, cuando me levanto y salgo al balcón, lo veo. Veo una sábana que cubre lo que parece ser un cuerpo, como un sudario escondiendo una materia que no puede ser revelada, sólo intuída, las marcas leves de un muslo, las de un hombro, el duro contorno de una espalda. Por detrás de la cabeza, un teléfono móvil, rojo. Lo que sería a los pies, unas zapatillas. Como un muerto perfectamente preparado para resucitar. O como un nuevo pasajero del tiempo, una aparición sin papeles, un fantasma sin fronteras.

OPERACION TORTOSA.UN DIARIO     Eladio Redondo    Ed. Beltrónica. 2012

 

Lámparas recicladas.  Madera y papel japonés.  Contacto: eladiore@yahoo.es

Lecturas rápidas. «Correr», de Jean Echenoz

En Correr, Jean Echenoz novela en ciento cuarenta páginas la vida de Emil Zátopek, el gran atleta checo ganador de tres medallas de oro en los Juegos de Helsinki de 1952. Es un libro que se lee bien, al trote, en el que la aventura y la pasión por la carrera en un hombre sencillo brota y se desarrolla con la naturalidad de una planta al borde de una carretera, con alegría salvaje, a merced de inclemencias que estorban o estimulan su crecimiento, asfixiada por los gases de los vehículos que la flanquean pero firme, ascendiendo al cielo desde la invariable voluntad de su semilla. La metáfora encaja más o menos en el contexto en que Zátopek tuvo que desarrollar su vida deportiva, sometida, como la privada, a las presiones y las represiones del régimen comunista, que mimaba su figura para rentabilizar su política local, por un lado, y, por otro, sometía a controles y vigilancias constantes, alejándole en ocasiones de calendarios internacionales con el fin de frenar la creciente influencia de su fama. Y encaja también con ese modo de correr suyo descuidado, con entrenamientos muy duros y personales que desoía consejos técnicos o médicos. Un estilo sin elegancia, sin cultivo estético, echado siempre hacia adelante con la voluntad de resistir cada vez más y mejor. Algo que, por otro lado, le convertía en un personaje singular y entrañable. Con idénticas dosis de ironía y ternura, Echenoz deja al personaje que corra prácticamente solo a lo largo de la narración. Los vaivenes del mundo político y su vida personal, reflejados en breves pero certeros brochazos, no cortan la carrera de Emil, que va a lo suyo, y asiente o disiente al modo de sus largas pruebas de fondo, dosificando las estrategias, fragmentando la carrera con intensos acelerones y volviéndola a romper recuperando ritmos ligeros, hasta que sus rivales se desmoralizan, se cansan o se humillan. A la vista de lo descrito, la lectura de Correr atraerá a dos tipos de lectores: a los que corren para escapar (de la realidad, de sí mismos o del bochornoso verano), y a los que corren para resistir. El protagonista del relato reúne en su condición de personaje las dos alternativas. De algún modo oculto e íntimo corre porque desea huir (de la realidad, de sí mismo, de los fríos inviernos), pero corre también porque está obligado a resistir y permanecer y luchar. A su estilo descuidado e informal le van bien las dos.