Te despiertas a las tres de la mañana con dolor de hombro. Tendinitis. Olvidando los consejos que un experto te daba en su página web, has dormido cargando el peso de tu cuerpo sobre el hombro derecho, justo donde tienes la inflamación. Tampoco has seguido la recomendación de dormir abrazado a una almohada, para que el hombro afectado descanse ligero y sin presiones. Y no te diste, antes de acostarte, una ducha caliente proyectando el foco sobre la zona sensible, como sabiamente el experto asesoraba. Como el dolor no te deja dormir, recostado sobre el respaldo de la cama enciendes el móvil y contravienes las indicaciones de un gabinete de oftalmología, cuya página web alerta de las consecuencias negativas que eso tiene en las personas aquejadas de vértigo y mareos. Una hora después, el resultado de tus búsquedas para combatir el insomnio no te ofrece soluciones fiables, pero bebes un vaso de agua antes de que un dolor que ya conoces golpee sorda y rítmicamente tu sien izquierda. Así que te estiras de nuevo en la cama y, boca arriba, inícias una sesión de respiración lenta y profunda sugerida en una página web de medicina natural. El sueño no llega, y como no logras dominar la inquietud que te provoca ese estado de vigilia, das vueltas y más vueltas en la cama hasta que te sobreviene el primer mareo. Enciendes la luz, miras fijamente al techo y luego cierras los ojos, siguiendo las instrucciones de un comentario en un foro sobre afectados con el síndrome de Ménièr. Al filo del amanecer, entras poco a poco en un sopor muy parecido al sueño deseado, así que te giras y, cargando el peso sobre el hombro inflamado, te duermes.
