Danilo Manso, íntimo

De su período en Ferés, que no sabemos cuánto duró, que no sabemos por qué duró, hay testimonios más o menos creibles que legitiman la felicidad de Danilo. Caminaba mucho, exploraba sin descanso el entorno inmediato, compartía con facilidad desacostumbrada sus entusiasmos y leía hasta el hartazgo. En la biblioteca del municipio se puede rastrear su historial de lectura y comprobar la disparatada variedad de menús con los que satisfacía su dieta. Fue allí donde escribió, a manera de diario, las notas que luego le servirían para alimentar el fuego del último invierno antes de regresar a Sausalito. El enlace que me ha llevado hasta algunas de ellas no garantiza que sean de Danilo, salvo que creamos en el milagro de que se salvaran de la quema. Para algunas cosas, yo tengo fe. He encontrado esto:

«El campo de mi vecino está siempre limpio, bien ordenado, no hay nunca ni una sola hierba. Ni en invierno ni en verano. Sólo en otoño se le amontonan las hojas secas caídas de los avellanos, pero duran poco. En primavera planta habas, lechugas, zanahorias y cebollas. Patatas y pimientos. Más adelante, tomates. A mí me falta aún adquirir ese grado notable de civilización, que no consiste en desprenderse de lo natural salvaje sino ser un poco más cuidadoso con las cosas, mantener un orden mínimo de belleza suficiente, tener fe en las formas elementales de la vida. En contraste con el mío, el suyo contiene todo lo que de deseable me sugieren mis libros. Ese orden interior que parece mantenerme distanciado de lo anodino, alimentado por las voces silenciosas y múltiples que emergen de la memoria escrita, es un orden inútil, una pasión encadenada a sí misma, en torno a la cual gravitan virtudes, habilidades o destrezas de cuya falsedad da cuenta el abandono de mi jardín: medroso, desordenado, implorante.»

Anuncio publicitario

El vacío

Ayer nos levantamos algo más tarde. El sol estaba muy alto y cruzaba el cielo una negra bandada de panderetas. Desayunamos en la cocina, como siempre, mientras leíamos los periódico digitales y escuchábamos la radio. Antes de comer nos dimos un chapuzón en la balsa y tomamos el aperitivo a la sombra de las moreras, junto a la jaula de los urogallos. Y también como siempre, tras la dulce siesta al compás de las hamacas, el largo paseo hasta la roca negra. Vanos fueron nuestros esfuerzos para ponernos de acuerdo sobre el malestar que nos aflige, y aunque en lo esencial tenemos sentimientos convergentes, nos distancian puntos de vista distintos, pero no insalvables. En contra de nuestra costumbre, prolongamos el paseo hasta más allá de la encrucijada y, también en contra de nuestra costumbre, regresamos por un camino inédito que se nos hizo pesado y largo. Como era demasiado tarde y ya había poca luz, acordamos suspender el habitual partido de tenis. De modo que nos dimos una ducha rápida y luego nos sentamos en el porche a beber cerveza. Estamos seguros de que lo que nos perturba no es necesariamente grave. Nos une ese criterio común, y un deseo tambien común de que las cosas acaben arreglándose solas. Con ese deseo, y ya frente al televisor, acompañamos la ensalada, el pan tostado, el queso y la fruta con unas copas de vino blanco, bien frio. Por las ventanas abiertas entraba el aire tibio de la noche perfumada, y llegaban, de lejos, del otro lado de la valla prendada de enredaderas, los sonidos amortiguados de la ciudad. A esas horas, ambos compartimos el indefinido cansancio que los placeres indolentes imprimen, pero no tanto para renunciar al que mejor nos distrae y más nos une, así que después de ver un capítulo de la serie en la tablet, tumbados en la cama, nos dormimos enseguida. Pasa cada vez más a menudo que en mitad de la noche uno de nosotros se despierte, agitado, y el otro, sin encender la luz, oiga sus pasos y adivine su presencia frente a la ventana en penumbra, atento a esas alegres voces de niños que vienen no sabemos de donde y cuyo misterio nos apesadumbra o nos inquieta. El resto de la noche no transcurre nunca ni del todo en paz, entre nuestros cuerpos maduros se abre un hueco frío y tenso donde conviven sin entenderse la amenaza y el anhelo, quizás porque sentimos que somos felices, pero no soportamos ya esta dicha que empieza y termina aquí, en nosotros.

2017-07-16 12.33.10

El vacío Collage.  Papel japonés sobre papel natural.  Contacto: eladiore@yahoo.es

Ritulata.1

Entre nosotros hay un hombre que fuma puros con los pasos contados, la mano siempre puesta en el corazón. Va y viene por la terraza empedrada mientras expulsa el humo en forma de pequeñas salpicaduras de conciencia, no sabemos cual.

Entre nosotros hay un ciclista que sueña con la gloria de un mayor deseo. Se recoge el pelo en una redecilla de alambre envuelta en mustio laurel y exhibe a modo de oferta muslos, torso y brazos embadurnados de sudor de héroe de barranco, mientras con ojos tristes de minero mira el efecto de la luz en la felicidad de los niños.

Entre nosotros hay una mujer que quiere tener menos años y menos hijos. Quiere crecer hacia atrás y hacia adentro, con el vientre lleno de ambiciones puras y pecados limpios, y desgastar poco los anillos y abandonar el ajuar y mancharse de inquina y de gritos que enjuaguen la tediosa honradez de las lágrimas.

Entre nosotros hay un anciano con manchas secas de anciano cansado ya de ser sombra sin forma, palo seco entre la seca pinaza, maldito corazón sin sueño y negra venda en la memoria. Sin embargo está ahí, sentado entre nosotros, y sonríe como sonreímos nosotros.

Entre nosotros hay un hombre de ceño fruncido y cejas espesas que cuenta dinero sobre la mesa, sobre el mantel lleno de migas deposita sacos de monedas que primero manosea y luego abrillanta y ordena en columnas perfectas. Como no sirve para nada, ni él ni el dinero que amasa con contemporánea ceguera, nos olvidamos de que está ahí, de que existe, y algún día pagaremos caro ese olvido.

Entre nosotros hay una mujer de lujo echada a perder, una tontaina consentida que vende cinturones y pieles de manatí, antes imbécil y ahora también cruel. De ella aplaudimos sus coquetos patetismos con imperdonable comprensión, aprobamos sus soseces, su estilo caduco, su impostada tos invernal. El error de haber deseado en mejores tiempos su carne ahora nos condena a muchos al silencio.

Entre nosotros hay un artista con talento prematuramente adelantado al éxito. Galerias de Nueva York y Tokio exponen o arrebatan o esquilman su patrimonio inmaduro. La calle lo jalea, la familia le admira, el dinero le convence. Su obra podrá ser o no perdurable, pero su corrupción es segura.

Ayer, en el modesto hospital de la provincia nació Roque. Gritó al salir, como todos, y llora como todos y ya, sin él saberlo, es afán y esperanza y tragedia, aunque eso poco importa, lo que importa es que ya está entre nosotros.

Carpeta de sueños. 2

Recibo una carta que me informa de la hora y el lugar donde he de pelearme. El rival es un conocido de mi infancia, entonces un joven abogado que ahora cría ovejas y vende agua. Cuando llego al portal, surge de entre las sombras y se echa a llorar en mis brazos. Yo le abrazo también y elogio su jersey de lana, aunque está húmedo. Su madre se acerca a nosotros y nos dice que ya está bien de besos y que peleemos como los hombres.

Voy al lavadero de coches porque allí hay un mecánico que me está arreglando el brazo. La oficina es pequeña, un cuarto estrecho sin más muebles que una mesa de despacho, muy baja. Sentado en el suelo, contra la pared, hay un hombre del pueblo haciendo crucigramas. Siempre he sospechado que es un confidente, un chivato de la policía. Mi brazo está sobre la mesa, doblado y en mangas de camisa, con un juego de esposas rodeando la muñeca. Al otro lado de la mesa, un joven pelirrojo con tupé me dice que son cuarenta euros, y que ahora me lo explica.

Voy en un tren con alguien que no sé quién es, solo que es un hombre sin edad y va vestido de militar, o de soldado porque le caen sobre la camisa caqui unos tirantes y tiene el pelo grasiento o sucio, salpicado de barro y sangre seca. Está sentado frente a mí, con las manos entrelazadas, y me pregunta, más bien afirma, que tengo pinta de no haber estado nunca en la guerra. Yo le contesto que sí, que una vez, pero solo de paso.

2017-07-04 08.57.50

Carpetas, portafolios  Cartón y papel nobel  Contacto: eladiore@yahoo.es