La mujer transparente

Rosario Jarro es autora de un solo cuento. Danilo Manso, socio fundador de la revista D.O. BELTRONICA, le pidió una colaboración para el ya mítico número 0 de aquella publicación. La escritora accedió a la demanda a cambio de que el propio Danilo instalara unos visillos de Holanda en el salón de su casa, conseguidos en un intercambio similar con un editor de Rotterdam, interesado en incorporar a la autora a una nómina antológica de cuentistas de un solo cuento. Desde entonces, el relato ha sido publicado innumerables veces en distintos medios y en soportes variados, lo que ha permitido a Rosario Jarro obtener recompensas con las que incrementar su patrimonio doméstico. Para su publicación en HERMETICAMENTE RECTO, la ya casi octogenaria escritora ha solicitado un par de apliques de pared, con flores y mucho color, con los que alegremente iluminará el sombrío pasillo de su casa. El acuerdo ha sido inmediato. El relato de Rosario ensaya un tema universal, presumiblemente contado aquí y allá de mil maneras diferentes, pero escrito de un modo sencillo, original y único, en su juventud, por esta dama venerable. Como creemos por encima de todo en el valor de lo inútil, porque creemos en la literatura, es fácil adivinar cual de las dos partes ha salido más  beneficiada con el cambio. El relato lleva el título que da nombre a esta entrada, y esta es la transcripción del manuscrito original:

Una mujer vivía sola. Su mundo era muy pequeño, una pequeña campana de cristal hecha de rutina en la que como una autómata flotaba cada día. Hacía mucho tiempo que había decidido algo: no encontrarse nunca con sus ojos en los espejos. Pero una mañana, sin saber por qué, no cumplió esta norma. Y sus ojos se encontraron con sus ojos. Notó algo extraño, algo impreciso, como si su figura no tuviera una línea definida, como si su silueta se difuminara ligeramente. En los días siguientes fue estudiando este extraño cambio, al que siguieron otros más: poco a poco, y sin saber por qué, notó que sus compañeros de trabajo cada día se dirigían menos a ella, apenas sí la saludaban cuando cada mañana se deslizaba como un pequeño fantasma por la oficina; en los comercios, los dependientes nunca parecían oir lo que les pedía y siempre era la última en ser atendida; el autobús que cogía a diario dejó de parar si ella era la única persona que esperaba en la parada. Su voz se volvía más y más débil, apenas un susurro, como el del viento que rozaba las ramas vacías de los árboles aquel invierno, igual de gris y triste. Cada día, la imagen que le devolvía el espejo era más translúcida, más difuminada, casi transparente. Una tarde salió a la calle. Llovía y en las aceras la gente se apresuraba. Algunos la flanqueaban, otros la empujaban, había quienes incluso pasaban a través de ella. Nadie la veía. Ella se buscaba en los ojos de los demás y sólo encontraba miradas vacías. Fue entonces cuando comenzó a llorar. Lloraba como nadie había llorado antes y al llorar ella misma se convertía en lágrimas. Al final solo quedó un pequeño charco en el suelo, hecho de lágrimas y lluvia, que los peatones esquivaban para no mojarse los zapatos.

Apliques de pared   MEDIDAS: 3ocm×30cm  MATERIALES: papel natural sobre hierro.     Contacto: eladiore@yahoo.es

 

 

 

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