Días seguidos

Jueves, 6 de octubre

Me quedo en la furgoneta, en la oscuridad de la furgoneta, pensando. Acabo de comprar cuatro cosas en el super y no sé cual de ellas ha hecho sentirme triste. Cuando llego a casa, abro una lata de cerveza y pongo la radio. La aviación rusa bombardea la ciudad siria de Alepo. Me siento en una silla y repaso el tiket de la compra. Parece que está todo bien, no falta nada y agradecen mi visita. He sido atendido por Inma. La llamo. Qué le pasa? Mi tiket, le digo, hay algo en mi tiket que no va bien. En el tiket, en la compra, no sé, hay algo que no va bien. Relájese, relájese me dice Inma. Relájese y haga el esfuerzo de no pensar, disfrute de su compra. Ya, ya pero es que…yo…Inma cuelga antes de que acabe la frase. Me bebo la cerveza y salgo al porche. El cielo está precioso, lleno de estrellas. Estoy seguro de que hay algo en el tiket que no está bien.

Viernes, 7 de octubre

En el camino hacia el río está Santi. Es un hombre mayor, recio, de voz serrrana. Castellano, no sé de donde. Cultiva un trozo de tierra al lado de mi finca. Los veranos los pasa aquí, duerme en la vieja cabaña de techo de paja y come a la sombra de una parra por la que siento envidia. Tiene algo de pastor. En el modo de hablar o de decir y en esa manera inimitable de poner sobre el trozo de pan cortado con navaja la longaniza, sentado sobre un trozo de piedra y mirando a los caminos con nostalgia, como el que mira el polvo dejado por el rebaño al pasar. Bebe en bota el poco vino que bebe, por el gusto de chasquear la lengua más que de beber, creo yo. Ya tiene preparado el morral para irse. Sin nueces, porque este año hay pocas nueces. Y las moscas, que son muy cansinas. No las mata porque tiene con todos los animales un respeto terrenal, pero se harta, naturalmente. Oye las noticias en un pequeño transistor que sale del bolsillo de su chaleco. Pobres gentes, dice, cuando dejan los aviones rusos caer sus bombas sobre Alepo.

Sábado, 8 de octubre

La vecina del huerto pequeño viene a ofrecerme uvas. Tengo uvas, le digo, la parra este año ha sido muy generosa. Siempre me habla con tranquilidad, me trata con cariño y consideración. Me gustaría que todo el mundo fuera asì, sencillo y considerado. Vivo solo, en medio del campo, pero todos los días encuentro a alguien con quien hablar. Y no siempre quiero, y no con todo el mundo quiero hablar. La vida en el campo no es tan salvaje como a veces yo desearía. Ni mucho menos. Me gustaría pintar mi rostro cada día con los signos o las señales de las emociones que siento, como las tribus amazónicas, para que la gente con la que me encuentro sepa ese día cómo me ha de tratar. La vecina del huerto pequeño es la única que sabe leer esas señales, aunque no estén dibujadas en mi rostro. También es la única que, desde aquí, oye el sonido de los aviones rusos cuando bombardean Alepo.

Domingo, 9 de octubre

Antes de salir a pasear por el monte leo un poco. Y después, también. No leo más porque sea domingo, aunque es un domingo lo menos parecido a un domingo que he tenido en mucho tiempo. Me he cruzado en el camino con un cazador y sus dos perros. Yo entraba en un campo de avellanos y él salía. Llevaba unas orejeras para protegerse del sonido de los disparos y la escopeta con el cañón apuntando al suelo, apretada contra un costado. Ha visto usted pasar algún avión ruso? me ha preguntado levantando una de las orejeras, por la que salía un cable. No, le he dicho, rusos, rusos…no, sin saber muy bien lo que decía. Van a Alepo, ayudan al régimen sirio a bombardear Alepo. Y pasan por aquí?, le pregunto, sin abandonar mi ofuscación. Yo me encargo de que eso no ocurra, pero nunca se sabe, peores cosas he visto. Luego ha silbado a sus dos perros y los tres se han adentrado en la espesura. He regresado a mi casa cabizbajo, mohíno, quizás me convendría no leer tanto los domingos.

Calendario y notas nevera    Contacto: eladiore@yahoo.es

3 comentarios en “Días seguidos

  1. «La vida en el campo no es tan salvaje como a veces yo desearía» Al menos, no en el mundo rural: en los pueblos, sobre todo en los pequeños, la única posibilidad de no socializar es no salir de casa. Y no siempre es suficiente.
    Abrazos, Eladio

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    1. Había leído tu entrada poco antes de subir la mía, Xibeliuss, y me sorprendió que ambas estuvieran conectadas casi al unísono. Aprovecho para felicitarte, es un texto delicado y muy sincero. Y una realidad patente. La literatura me permite conceder al modo salvaje lo que otros conceden al modo civilizado. Como en este relato, donde el narrador aspira a entenderse desde el lenguaje primigenio de los signos.

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