El destino siempre viaja con nosotros

Lo que me contó aquel amigo me recordó la historia de las mil y una noches en la que el jardinero del rey, atemorizado por la mirada de la Muerte al cruzársela una mañana en el mercado, pide a su soberano caballos con los que huir a Ispahan. Por la tarde, el rey se encuentra con la Muerte y le pregunta por qué había amenazado con su mirada al jardinero. La muerte le contesta que su mirada no fue de amenaza, sino de sorpresa al verlo allí, pues esa noche debía tomarlo en Ispahan. Lo que me contó aquel amigo me lo contó en un bar de Rawn, ciudad a la que había llegado huyendo de la vejez, con la que se encontró cara a cara en la barra de otro bar, en un barrio de la ciudad de donde él provenía. Después de una vida disfrutada en libertad, sin ataduras ni responsabilidades convencionales, a la edad de cincuenta años vio la rota dentadura de la vejez, sus arrugas mal cosidas, su traje descuidado, su soledad triste e infecunda. Tuvo miedo y echó a correr. Nunca le habían parecido tan imprescindibles el amor, la compañía de una mujer  y un techo seguro bajo el cual amortiguar su deterioro. Pensó que allí, en Rawn, encontraría todo aquello que antes había rechazado. En Rawn, las mujeres tienen fama de hermosas, la vida en sus jardines y sus plazas es alegre, y luminosa y segura y acogedora la paz en el interior de sus viviendas. Había pasado el tiempo. Mi amigo, poco acostumbrado a los mandamientos del amor, conoció a varias mujeres en cuya conquista fracasó-debido, me dijo en un arranque de sinceridad, a la práctica egoista de aquella libertad que en otro tiempo disfrutó de modo exclusivo. Alquiló en las afueras un piso barato, pequeño y con poca luz, y sobre él fueron pasando los años triste y desconsoladamente. Allí, en aquella barra del bar donde el azar, después de muchos años, quiso que nos encontráramos, la vejez, la que menos deseaba, le había dado por fin alcance, incluso un poco antes de tiempo. Estaba solo, descuidado y olía mal. Al preguntarme cual era la razón que me había traído hasta Rawn, le dije que en realidad estaba de paso, que Rawn era una parada más de las muchas que debía hacer hasta llegar a Lur, mi destino final. Me dijo que nunca había oído hablar de esa ciudad y le confesé que yo tampoco. Voy a una ciudad que desconozco, le dije, porque desconozco también de lo que huyo. No era cierto. También yo había encontrado los fríos ojos de un perseguidor implacable y huía de él. Para no abrumarle con pedanterías, omití argumentar mis palabras con otras de Blanchot, en las que el escritor reduce la literatura al ámbito del silencio y el anonimato y en ella desaparece, para que la muerte, o peor aún, la eternidad, no encuentren en su día nadie a quien llevarse. Solo le dije que allí, en Lur, por ser una ciudad que no existe, quizás fuera posible escapar para siempre de los fantasmas de la realidad. Lo dije convencido, pero la mirada oscura y desarraigada de mi amigo, como un pozo de sombra en el que se reflejara la mía, me atemorizó. Di por terminada la escapada y regresé a mi taller. Mejor, me había dejado algunas lámparas sin hacer.

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10 comentarios en “El destino siempre viaja con nosotros

  1. El final de la huída llega al darse cuenta que te has convertido en aquello de lo que querías escapar. Vivir en círculos, correr y correr hasta el punto de partida. Algunos afortunados consiguen escapar de su perseguidor o de su destino. Incluso desaparecer. Envidiable.

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      1. Mi imaginación debe ser tan hiperactiva como yo, por eso nunca dejo de crear. Sería un honor si me visitas y lees mi último relato recomendable: el gran don Brainman.
        ¡Necesito críticas!!

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