A Juliet, la carnicera, casi nunca la veo. Yo no como carne y en su pequeño establecimiento de salchichas y lomos no vende alimentos envasados. Juliet es una mujer rolliza y hermosa que no se desprende de su mandil floreado. Lo sé por mis pocos encuentros con ella en correos o en el lavadero de la fuente. Con motivo de no recuerdo qué gestión en el ayuntamiento, en el que ella se encontraba, escuché sus alegatos contra una amenaza expropiatoria. Con indiferente dramatismo, acusaba a su hermano de la dejadez de las granjas. Su hermano, desastrado y destructor hasta donde le era permitido, recorría con su camioneta decrépita los caminos entre las explotaciones. Talaba árboles de propiedades ajenas, inundaba con aguas residuales pastos comunales o pisoteaba él mismo con sus botas llenas de mierda los pequeños huertos de los jubilados. Durante mucho tiempo, sus fechorías estuvieron a cubierto por la autoridad sanitaria, que diagnosticó insanía mental. Más tarde, rehabilitado con terapias severas, se incorporó a la plantilla de la empresa familiar ayudando a los gorrineros. Su comportamiento ejemplar no duró mucho. De él se decían barbaridades acerca de sus prácticas reprobables con animales hembras de la cabaña. Volvió a un centro de rehabilitación y en el intervalo murieron sus progenitores. La carnicera, a la que casi nunca veo, asumió la responsabilidad tutorial a su regreso sin perder el carmesí esplendoroso de sus mejillas y abrió el establecimiento de carne al que nunca voy. Está registrado que sus proveedores suministran la mercancia al negocio a cambio de la explotación sin reservas de las propiedades familiares. Uno de ellos, un tal Fabián Ilustre, ambiciona apropiarse del total de las posesiones y señorear las tierras casándose con ella, quien de momento le niega todo amor. Se habla mucho de un complaciente trato con su hermano, cuyos nervios tranquiliza dejándose bajar por él las bragas. Eso le mantiene a raya y asegura su independencia. Viven los dos en la gran mansión inacabada de ladrillo amarillo, rodeados del permanente tufo a orines y podredumbre. Para muchos, entre los que me incluyo, tiene algo de milagroso verla siempre tan aseada y tan limpia, tan lustrosa, con su inmaculado mandil floreado.
mujeres
Carpeta de sueños. 6
Viene la bibliotecaria del pueblo con un policia para requisar mis libros. La cocina está manga por hombro, hay cacharros sin fregar en el suelo y un montón de bombonas de butano encima de la mesa. El policia señala dos guantes de boxeo que cuelgan de la pared y la bibliotecaria toma nota. Esto también, dice, abriendo de par en par una caja de herramientas. Aprovecho para decirle al policia que todos los días entra alguien y me roba comida, pero la bibliotecaria dice que eso no hay que apuntarlo. Entonces aparece mi madre con una olla llena de garbanzos y la bibliotecaria dice que vale la pena probarlo, que esa señora escribe muy bien.
El presidente de un tribunal de justicia, desde el estrado, ordena que me levante. Yo estoy sentado en el banco de una iglesia, leyendo en el móvil las noticias de un periódico digital. Me levanto y me sumo a una cola de hombres y mujeres que esperan su turno para coger sopa bendita de un dispensador. La iglesia es monumental, de bóvedas cuadradas y columnas de hormigón, y huele fuertemente a neumático quemado o algo así. Tienes que confesar antes, me dice Ada Colau, que está delante de mí, mientras se gira para pasarme un bebé muerto que lleva en los brazos. Le digo que no pasa nada, que de todas formas subiré las fotos a Facebook cuando me suelten.
Entro a hacerme unas gafas en una óptica de mostrador altísimo. Desde arriba, uno de los empleados me dice que vaya antes a la embajada española, donde me darán el permiso. Enfadado, le grito al empleado, que es joven y expresa con gesto desagradable lo inaceptable de mis quejas. Yo insisto en que no me moveré de allí hasta que me hagan las gafas. Sí, como todos, dice mientras me entrega un formulario. El papel es una hoja escrita a mano donde aparece el menú del día. Al fondo oscuro del establecimiento, entre pequeñas mesas con hules de plástico donde comen universitarios japoneses, hay un médico operando a un paciente tumbado sobre una camilla. Me acerco a él y me dice que no hable muy fuerte, que está a punto de dar a luz.
Danilo Manso y las mujeres.
Poco se sabe de las relaciones de Danilo Manso con las mujeres. Las tuvo, quizás aún las tiene. Si pincho por aquí y por allá, si cuelgo preguntas, si indago en respuestas, si entro en páginas y archivos más profusos o más claros que sus propios escritos, quizás halle el número de mujeres que le quisieron bien y de las que lo recuerdan porque le quisieron mal. Lo que será más difícil es encontrar testimomios suyos que contradigan o admitan lo que fue o no fue esa relación: en base a la prodigalidad de sus confidencias, ninguno. Lo que uno pueda deducir de sus textos será siempre parcial. La literatura no evita la realidad, pero la sublima o la recrea en función de un interés poético. Uno tras otro, los poemas y los fragmentos de Danilo en materia de amor son polvo de desamor, arena sucia, tela gastada. Como escribió Sándor Marái, una persona enamorada no escribe poemas, el poeta más bien está enamorado del poema que escribe sobre el amor. Escribiendo sobre el desamor, Danilo Manso también habla del amor. El siguiente fragmento es un fragmento triste, un texto de nostalgia anticipada, de prevista decepción. Lo recibieron en sus correos todos sus conocidos. Porque no decía nada, porque estaba lejos o porque pulsó por error en la tecla de envío. Porque estaba lejos, probablemente no.
«LLueve en Montevideo.
Veo caer las gruesas cortinas de agua sobrte los tejados de amianto.
El viento arrastra en las calles las ramas arrebatadas a sus árboles, corren con alegre desesperación los bañistas, vuelan los pareos. Fluyen al pie de las veredas improvisados arroyos donde navegan chinelas, frascos de protección solar y pamelas.
Nadie me conoce aquí. No estoy solo, pero nadie me conoce aquí.
A mi lado, una mujer con la que acabo de hacer el amor se pinta las uñas y espera. Me ha hecho una pregunta y espera. Es morena y menuda, tiene el pelo largo y una belleza de un extraño magnetismo virginal, aunque corriente.
La rambla está cerca, y el mate, cebado, ni con el fragor del agua demora su plática, que se instala a cubierto entre las terrazas entoldadas y sonoras.
Me gustaría contestar que sí, tocar sus muslos pequeños otra vez y poner dentro de su boca mi lengua, que sabe todavía a incienso y a rosas.
Pero está cayendo la noche, no para de llover y mis palabras, como estas hojas, están siendo devoradas ya por el aguacero.»
es guionista de cine
Se sienta frente a mí una mujer. Es guionista de cine. Durante un tiempo, fuimos amantes. Cuando nos conocimos era joven, guapa y ambiciosa. Estaba casada con un hombre por el que sentía un afecto fundamentalmente paternal, un hombre mayor, casi un anciano, que conservaba una mínima vitalidad y un encanto enternecedor, pero vivía atado a una silla de ruedas y tenía mucho dinero. «Mátalo», me dijo un día. Me lo pensé, era complicado, tenía que parecer un accidente. «Está bien, lo haré -le dije. Lo haré por tí, porque te quiero». Así que lo maté. Cogí un cuchillo de la cocina, el de la carne, y, como por descuido, equivocadamente, se lo clavé tres veces en el corazón. «Oh, es horrible», dijo ella, cuando vio la silla de ruedas cubierta de sangre. «Pero ahora somos libres. Ricos y libres. Ésperame abajo, mientras limpio un poco todo esto». Naturalmente, no la volví a ver: se fugó con su productor. Como amante fue, sí, una decepción, pero hemos de reconocer que escribiendo guiones tampoco es que tuviera un don.
Mujeres sentadas 2012 Eladio Redondo ed. Beltrónica
La Reme. La mudanza
…y tú tampoco, claro, tú tampoco te puedes acordar, tú tendrías tres años, si la Angelita tenía un mes, tú tendrías tres años, y yo te llevo a tí nueve pues yo tendría once o doce cuando la mudanza, pero la mudanza la hizo padre que vino con un camión que le ayudó el tío Ángel, que se fueron con los muebles a Madrid con el camión, y a mí me dijeron, como estaba en Saelices que me había ido antes, unos meses antes, cinco o seis meses antes, que había ido a cuidar un niño de una familia que tenían una tienda y un bar en una esquina de la plaza, y como yo estaba allí en Saelices, me dijeron, cuando ya nos mudamos todos, que me esperara donde paraba el coche de línea, y nos fuimos a Madrid, pero yo estaba en Saelices, a mí me cogieron en Saelices y padre ya se había ido antes con los muebles en un camión, y a mí, me acuerdo igual que si lo viera, la familia del bar le decían a madre que me dejara allí con ellos, uy, si me querían mucho y decían que me dejara madre allí, que ya irían ellos algunas veces a Madrid y me llevarían para que nos viéramos, pero yo no quería, a mí aquel matrimonio me quería mucho pero yo no quería, y los que me trajeron del pueblo a Saelices, que fueron dos hermanos que vendían gaseosas con un camión, me trajeron a mí del pueblo a Saelices en su camioneta, yo iba entre medias de los dos me acuerdo, tenían la fábrica o donde hacían la gaseosa allí en Saelices y les decían o les llamaban los Pilarines o los Pilines algo así, y me querían también mucho, se cuidaban mucho de mí, como me habían traído, pues cuidaban mucho de mí, asi que…
La Reme. La casa
…era una casa que tenía un corral muy grande que caía un poco hacia abajo y luego estaba la cuadra, con dos burros que teníamos porque los animales daban mucho calor, y las cuadras por eso estaban pegás a las casas, se entraba por la cuadra a la habitación de madre y padre y luego al comedor y la cocina que estaba todo junto, pero más animales no teníamos menos las gallinas, claro, y el cerdo que estaba en la corte en el corral, que se llamaba la corte donde estaba el cerdo, un cuadrado bajo de piedras con su puerta y su techo, y luego las gallinas que estaban por allí, y antes de entrar a la cuadra, a la derecha, pues estaba el pajar con paja y arriba que se guardaban las cosas o de la comida o el trigo o la harina y las cosas, como una despensa a lo mejor, para guardar lo que fuese…eeeso es…arriba estaba todo mejor guardado, de los ratones o los bichos que hubiese…eeeso es…pero no, pero se entraba arriba por arriba por la casa, y en la casa, que a la habitación de madre y padre se entraba por la cuadra, y era una habitación grande, con una cama y sin armario, que entonces no había armarios, y un baúl que era donde se guardaba la ropa, pues por una ventana chica que daba a la calle por arriba, la ventana era pequeña pero daba al ras, entraron a robar, y dicen, porque lo vieron y alguno lo reconoció subiendo calle arriba pero claro, demostrar no se podía demostrar, que había sido el tío Damián, que se enteraría, o quien fuese, porque pudo haber sido otro, que había llegado un giro de padre, porque padre ya sabes que antes de irnos ya estuvo dos o tres años trabajando en Madrid y mandaba cuando podía un giro, y digo yo que alguno se enteraría y por eso entraron a robar, pero se ve que no le dió tiempo porque entonces aparecieron la Mercedes y la Nieves y se ve que con los ruidos pues el que fuese se fue, no le dio tiempo, fuimos a llamar al abuelo que estaba jugando a las cartas, el abuelo siempre estaba jugando a las cartas, en una casa a la vuelta de la nuestra y vino con otros que estaban jugando a las cartas con él, y que creemos que fue el tío Damián no porque lo sepamos, pero es que a ver quién si no, si era capaz de jugarse hasta la mujer, el caso es que cerró la puerta de madre y padre por dentro, que tenía un cerrojo bueno para cerrarla por dentro, y que no podíamos pasar, de eso me acuerdo yo y de que tú estabas con madre en Madrid que estaba con la tía Otilia, que fue a ver a padre, claro, y tú como a lo mejor tú tendrías meses, si serías chico muy chico, meses, no te quería dejar allí por eso y estábais los dos en Madrid cuando pasó, y a la habitación de madre y padre se pasaba también por el comedor que también era la cocina y se pasaba desde la calle y a la derecha estaba la banca, la que teníamos allí, que luego nos la llevamos a Madrid, tú a lo mejor yo no sé si te acuerdas, estaba la banca según se entraba a la derecha y en el centro pues estaban la mesa y las sillas, el comedor era también grande y arriba había una habitación y allí dormíamos nosotras, bueno en la habitación de madre y padre había también una cama más pequeña y ahí dormí yo y a lo mejor ahí dormirías tú también, hasta que nos mudamos a Madrid, la Angelita con un mes, ella, claro, no se puede acordar, asi que…
Crónica general. El mirador del vallejuelo
La casa donde el viajero se hospeda lleva el nombre de El Mirador del Vallejuelo y es propiedad de su hermana Reme, que la compró y la restauró convirtiéndola más tarde en casa rural. Es una casa de planta alargada, de dos alturas, con un patio y una pequeña terraza elevada que es también un mirador. No hace falta acceder a él para contemplar la hondura de ese pequeño valle encajado entre discretos cerros, más allá de los cuales se extiende la llanura manchega en dirección sur. A la derecha, el río aprovecha la ligera depresión de los montes para encauzar su curso y la carretera discurre paralela a él. En sentido sur desemboca en la Autovia Madrid-Valencia y en sentido inverso asciende por las laderas del pueblo hasta darle alcance. Al otro lado del río levanta sus sedimentos rocosos el cerro de Galumbarde. Esas son las referencias básicas que desde el Mirador del Vallejuelo es posible contemplar, probablemente el único lujo que podían permitirse quienes lo contemplaran en los largos y penosos períodos de escasez, que fueron muchos. Pero al viajero no le faltan casas en las que poderse hospedar. Pared con pared de aquélla se levanta, de construcción nueva en gran parte, la casa de su hermana Nieves, una casa de estructura también singular asentada sobre la roca que conserva, en su parte más elevada, el viejo corral, otra atalaya para disfrutar de la belleza de un paisaje seco y duro en su entorno más amˋplio y algo más generoso en esta vertiente con olivos, almendros, encinas y la estrecha línea del arbolado fluvial. El viajero no puede decir mucho más porque no sabe mucho más. Sabe que el pueblo fue un enclave importante durante la ocupación árabe, que aprovechó su emˋplazamiento elevado para constituirse en una fuerte plaza de defensa. En lo más alto del crestón, a treinta metros escasos del corral, quedan los rastros pedregosos de lo que fue una alcazaba y restos, en la loma más baja, de la muralla que circunvalaba el asentamiento. Lo que ahora atraviesa el pueblo es un período de despoblamiento muy común en amplias zonas de la meseta castellana. Los residentes censados alcanzan un número aproximado de ciento cuarenta, la mayoría de los cuales vive de la agricultura. El viajero sí sabe, por tanto, que el moderado bullício que llega desde la plaza es puntual y acordado, porque en fechas de fiestas y efemérides acuden familiares y parientes o forasteros para encontrarse y celebrar el acontecimiento. Muchos de ellos tienen casas, nuevas o restauradas y pasan en ellas sus vacaciones y fines de semana. Lo normal. La casa donde el viajero se hospeda y la contigua, es un ejemplo, y suele ocurrir que en días así se junten en ellas veinte y más personas pertenecientes a las diferentes ramas de la familia, de por sí muy extensa. En esta ocasión, incluyéndole a él, el viajero cuenta dieciséis. No son muchos. La mañana en que llegó hacía sol y era agradabilísimo dejarse acariciar por la brisa fresca y suave que movía las ramas del almendro en el corral. La comida la preparaban, como siempre, las mujeres, una costumbre reprochable cuyas raíces alcanzan el tuétano de la cultura rural y patriarcal. Se turnaban moviendo el palo en la olla la Nieves, la mayor de las hemanas del viajero y la Esperanza, que aprovechó una pausa para contar en medio de risas y cachondeos la noche en que mano a mano con Sole, su sobrina, se pimplaron ellas solas dos botellas de vino mientras su marido lanzaba a través del ventanuco de la habitación que da al corral su colección de bragas. Momentos como ese no son pocos ni aislados en la familia del viajero. Es normal que alrededor de la mesa y entre los gritos de unos y otros la risa reparta una suerte de saludable alegría entre los comensales. Reirse es bueno, y la familia Redondo se ríe mucho. Lo normal, después de comer, es que la tertulia continúe acompañando los cafés y se prolongue de forma natural sin que las acostumbradas disidencias de los más jóvenes la alteren.
La Reme. La mesa camilla
…la mesa que teníamos en el cuarto de estar, la mesa camilla, la que teníamos en el cuarto de estar, esa mesa fuímos madre y yo a encargarla a Villares, porque entonces en Villares es donde estaban todas las tiendas y allí comprábamos lo que nos faltaba, que en el pueblo no había, aunque el pueblo no sé cuántos años hará ya de eso, pero que creo, vamos, que no es que lo crea, es que lo sé, hubo un hospital, te hablo de no sé cuántos años, a lo mejor siglos, y una cárcel, que entonces el pueblo no era como luego fue, a lo mejor la iglesia se hizo después, si lo que te digo es ya de hace mucho, y de cura estuvo una vez un chico joven, no me acuerdo ahora el nombre, que le echaron del pueblo porque se ponía a trabajar en las carreteras con los obreros, eso ha pasao aquí en el pueblo, y entonces, que lo que te decía, que fuímos madre y yo a Villares a encargar la mesa camilla, la que teníamos en el cuarto de estar, y como íbamos en el burro, por caminos por el llano, claro, no es como los que luego las carreteras que han hecho, cuando llegamos a Villares se ve que como la calle estaba muy húmeda, no sé si porque habían regao o no sé por qué, el caso es que había como agua, el burro se resbaló y se asustó y madre, pa no caerse, se ve que apoyó la mano mal o se apoyó mal, y se hizo daño en la muñeca, y de eso me acuerdo, si era yo mu chica, no sé cuántos años podía tener, pero era yo mu chica, y era una mesa que tenía abajo las patas labradas, ¿tú no te acuerdas?, donde se ponía el brasero, abajo…sí, hombre, te tienes que acordar, abajo tenía como un…claro, si la de Madrid era la misma que fuimos madre y yo a encargar a Villares, que estaba en el comedor de la casa donde vivíamos, ¿no la has visto?, la que hay ahora no, porque la nuestra la tiraron y la hicieron nueva los que la compraron, estando ya nosotros en Madrid, la nuestra estaba en lo que ahora es esa casa, que hasta que murió la abuela de madre y repartieron nosotros todavía vivíamos allí, asi que…
Bando
Dentro de la sección Escrito a mano, início el próximo martes una serie de carpetas de viaje que indagan a través de la ficción y la crónica en los laberintos de la memoria personal. Esta primera carpeta contiene trece entradas cuyos títulos encontraréis a modo de índice al final de este aviso. Las entradas han sido escritas con la vista puesta en el formato del blog, de modo que puedan leerse con cierta independencia unas de otras en las sucesivas entregas. A pesar de ello, es la lectura completa en su conjunto lo que otorga unidad y sentido a la misma. Pensando en el tipo de lectores que acostumbráis a visitar el blog, he organizado el calendario de su publicación de manera que ni sature ni distraiga esencialmente el hilo narrativo. Desde un punto de vista administrativo, esa tarea ha sido fácil, falta por saber si los textos imponen con la misma facilidad sus fundamentos literarios.
El viajero
La Reme. La mesa camilla
Crónica general. El mirador del Vallejuelo
La Reme. La casa
Crónica general. El amor y la muerte
La Reme. La mudanza
Crónica general. La larga sombra del Ánima
Crónica negra. La confesión. 1
Crónica negra. La confesión. 2
Crónica negra. La confesión. 3
El almirez
Distintas formas de mirar el agua. Pág 100.
Coda