Feriantes

No me extrañó encontrarme con Paco en la Feria de Ladra. Hacía mucho tiempo que no le veía. Estaba muy cambiado. Lo corriente, la típica transformación que deja el paso de los años. Cuando éramos jóvenes me llevaba con él a vender globos por el Alentejo. Vendíamos unos globos en forma de salchicha de dos metros  de largo que se vendían como churros. Era fácil inflarlo. Se agitaba un poco en el aire y el globo prácticamente se hinchaba solo. Luego se le hacía un nudo en el extremo y al botarlo en el suelo salía disparado como un cohete. El globo valía diez escudos y por cada globo vendido Paco me daba cinco. Cuando llegábamos a un pueblo que estaba en fiestas los primero que hacíamos era alquilar una habitación en una pensión barata y llamar por teléfono. Paco siempre estaba llamando por teléfono. Lo que más le gustaba era meterse en una cabina con una cajetilla de tabaco y hablar por teléfono. Eso y trabajar era lo que más le gustaba. Las mujeres aparte. Paco y yo no nos parecemos en nada, ni ahora ni entonces, pero nos entendíamos muy bien porque yo estaba conforme con él en todo. Y tengo que estarle agradecido siempre porque él me enseñó a trabajar. Si no hubiera conocido a Paco, yo aún no sabría cómo se trabaja. Del asunto de la compra de los globos, las ferias y la gestión logística se encargaba él, yo no me tenía que preocupar de nada. Yo era la primera vez que salía de Lisboa y fue entonces cuando el mundo empezó a parecerme grande de verdad. Echaba de menos a mi madre y a mis hermanas, pero estando con Paco me encontraba seguro y bien. La primera vez que yo crucé el mar fue con Paco. Fuimos a las islas Madeira. Yo me enamoré de esas islas. Paco también, pero menos porque como todo el tiempo estaba pensando en trabajar, las mujeres aparte, no le motivaba conocer lugares nuevos si no había una feria donde poder vender los globos. Si no había nada que hacer, él prefería quedarse en un bar tomando carajillos o llamando por teléfono. Por entonces, las islas de Madeira eran unas islas prácticamente llenas de Vírgenes. Había Vírgenes por todas partes, no había un sólo rincón que no tuviera la suya. A mí me gustaban mucho. Allí fue donde yo tuve mi primera novia. La conocí en Funchal, la capital. Era muy guapa. Me enamoré de ella enseguida porque lo necesitaba. Cuando vivía en Lisboa tener cubierto ese aspecto de mi vida no me parecía importante, pero después de dos meses de estar en Madeira y con tanta lluvia tuve un acceso de melancolía que no pude superar y decidí enamorarme. Además, se nos habían acabado los globos y Paco estaba muy nervioso porque su contacto de Lisboa le había cortado el suministro.Se pasó días y días en una cabina fumando y llamando por teléfono sin parar, hablando con el hombre aquél. La verdad es que pasamos un momento malo. Yo lo llevé más o menos bien porque mi novia me presentó a su familia y me invitaban a comer todos los domingos, aunque al princípio me resistía. Además, me daba cosa dejar solo a Paco. Los domingos en Madeira son muy tristes y tenía miedo de que si se le acababa el tabaco o se estropeaban las cabinas pudiera cometer una locura. Al final convencí a mi novia de que le invitasen a comer también a él y poco a poco las cosas fueron mejorando. Luego lo que pasó fue que el padre de mi novia se cayó por un barranco cuando buscaba setas y tuvo la mala leche de matarse. Por un lado, fue una desgracia, pero por otro fue una suerte porque Paco le cogió cariño a la madre de mi novia y al final poco a poco la fue enamorando. A Paco le vino bien estar un poco sujeto. Aprovechó para comer bien todos los días y olvidarse un tiempo de los globos. Así que durante la semana no nos veíamos, salvo los domingos. Pero dos o tres meses después yo ya me empecé a cansar de Madeira. Por si fuera poco, mi novia cada vez me besaba menos, y cuando yo le preguntaba por qué decía que no era verdad. Pero era verdad. Poco a poco fui pensando que lo mejor era irme de allí y volver a Lisboa. Echaba mucho de menos a mi madre y a mis hermanas. Yo me vine y Paco se quedó allí un tiempo más. Luego no nos volvimos a ver en muchos años y cuando nos vimos me dijo que al poco de irme yo a la madre de mi novia le entró humedad en los huesos y murió. Ahora, cuando le he vuelto a ver, la verdad es que me ha dado alegría encontrarlo porque me ha hecho recordar todas aquellas aventuras.

ULISES EN LISBOA      Eladio Redondo     ed.Beltronica 2013  

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Revelaciones

Me pasaron dos cosas.

Una en Madrid, en la parte trasera de un vehículo conducido por no recuerdo quien. La radio estaba puesta, emitían un programa de poesía. El locutor recitaba fragmentos de un poema cuya música me petrificó en el asiento. Me costó trabajo abandonar el insólito estado de trance provocado por esos versos. No entendí nada, absolutamente nada, pero oyendo el poema sabía que estaba asistiendo al fundamento de una nueva religión personal. Tomé nota del libro. Lo he leído muchas veces, las mismas que me ha resultado tan impenetrable como hipnótico. Forma, ese libro, parte de mi liturgia literaria, ocupa un lugar preferente en mi altar privado. Esencialmente, estoy comprometido con su mensaje, aunque no sepa descifrarlo. No hace falta, por debajo de esas palabras y su cadencia motora serpentea una vibración divina, y eso sí lo capto. Lo capté al instante. A veces sospecho que mi verdadera exitencia comienza a patir de ese instante.

La otra pasó en Islandia, en el interior de otro vehículo, un autobús inverosimil que cruzaba ríos helados y praderas musgosas. Una voz masculina, grave y profunda, relataba en islandés fragmentos de antiguas sagas cuyos escenarios se correspondían con algunos de los que el autobús atravesaba. El sonido de aquel lenguaje, hecho de agua y piedras pulidas por las fuertes corrientes, y que tenía el eco de los despeñaderos abismales, y era claro, y hermoso, y verificable, también me hipnotizó y, sin comprenderlo, lo entendía. Y en cada árbol, cada camimo o cada fuente que el lenguaje parecía señalar visulizaba yo los hechos, tal como ocurrieron, tal como el poeta que en siglos pasados los escribió, y que el poeta era yo.

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Collage  Papel japonés sobre papel natural   Contacto:eladiore@yahoo.es

Una carta apócrifa

Ampanan, 2 de agosto de 1993

Querido Carlos:

Empiezo a sentir de nuevo la falta de gravedad necesaria. La poesía nos sirve para que nuestra atención hacia las cosas profundice en ellas. No pocas veces una palabra precisa, o un vocablo sugerente, nos procura una idea que trae consigo cierta inquietud, un áspero desasosiego. La belleza se resiste. Hay como una dureza de pedernal en lo que leemos. De repente nos damos cuenta de que es imposible atacar de frente un verso. Sufrimos. Sabemos que hay que golpear una y otra vez hasta que la piedra se abra y nos muestre la herida que encierra dentro. Su matriz, la generación de un mundo que intuíamos y al que no estábamos dispuestos a renunciar. La poesía no nos hace la vida más cómoda, pero sentimos, con lo que nos da, que la gravedad no nos arrastra hacia abismos sin fondo. La vida gana en materia y luz, y pierde el peso que le sobra. Nos acerca más al centro de lo que somos. Nos da conocimiento.

Leo cada mañana en los jardines del losmen, mientras desayuno. En los pétalos de las flores se mantiene aún el rocío glorioso que aporta el aire húmedo. No hay ruidos, ni sombra de ruidos. Los viajeros que aquí se hospedan duermen hasta tarde, los propietaros van al mercado. Me acompaña, como un manso animal que pide solo estar presente, el lento murmullo del agua que corre por las acequias. La mirada se me va, sin yo quererlo, del libro a la fronda verde y espesa que nos aisla de la calle. Del libro a los recuerdos. Los recuerdos me ven a mí, también, y se posan en mis manos. Yo, que siempre mantuve que la nostalgia es reaccionaria, tendría ahora que discutirlo contigo. Tú eres uno de los recuerdos que se me posan en las manos. Mi viaje está siendo ya muy largo. Boraima, melsuca, caliguan. Las palabras se me hacen brisa de agua en la boca. Viajo y no estoy. La escritura navega dentro de mí. Una corriente serena, de mar lejano y próximo, busca huecos y redondeces a los que dar forma. Lejos de tí la forma sacia su sed de perfiles. La gravedad es una esfera y en la palmera está el sueño único. Y la vida única. Viajo, y sin embargo, estoy más cerca de tí que cuando nos despedimos en la plaza. Los espacios. El corazón y los espacios. Por hoy ya es bastante. Recibe, amigo, el abrazo de quien te quiere.

Tablex para escritorios.   Contacto: eladiore@yahoo.es

 

Amar en Islandia

Aunque era de Paris, vivía en Islandia, y allí la conocí un verano, en un glaciar. Me gustó de ella su bien cortado pelo negro y las cejas, de espesura varonil. Se llamaba Marie y hablaba español con gracia, sin imperfecciones, pero su acento francés conservaba una seductora sensualidad. Viajamos juntos hasta Reykiavik. En el céntrico café Paris, precisamente, nos declaramos nuestro amor. Llovió, hizo sol y un vendaval helado arrasó las indefensas calles de la capital. Bajo el silencio de la nieve, esa misma noche, hicimos el amor. Me habló de sus proyectos y ella escuchó los míos con enamorada atención. Al amanecer, granizó. Desayunamos en la cama, mientras la lluvia azotaba los cristales de las ventanas, e hicimos nuevamente el amor. El sol salió y volvió a ocultarse con rapidez. Quiso que me quedara en Reykiavik, con ella, pero yo le propuse que viniera conmigo a Madrid. No la convencí. Una cortina de aguanieve oscureció las calles como una niebla. Te quiero, le dije, impetuosamente, mientras imaginábamos proyectos en común. Salió el sol un rato y después un viento helado y feroz barrió las calles de la ciudad. Quise besarla y acariciar sus pechos, pero no me dejó. Quizás sea mejor que no volvamos a vernos. Me atraes mucho, pero, no sé, dijo, mientras una niebla espesa se comía la poca luz del día. Con una moderada dosis de cansancio, hicimos otra vez el amor. Luego nos dormimos. Nos despertó un aguacero. Después salió el sol y ella me habló en francés. No la entendí mucho. Se vistió, antes que yo, y me dijo alegremente que sí, que vendría conmigo a Madrid. Por la ventana veíamos caer densos copos de nieve al tiempo que el sol luchaba por abrirse paso entre las nubes. Piénsatelo bien, le dije. Te quiero, pero piénsatelo bien. Pese a todo, el sol no salió. Llovió con fuerza y sobre la ciudad cayó un manto aplastante de oscuridad. Me quedo yo, le dije. No, me voy yo contigo, dijo ella. Bajaron las temperaturas de repente y las calles se llenaron de hielo. Nos metimos vestidos entre las sábanas e hicimos el amor. Te quiero, me dijo, pero es mejor que te vayas solo, necesito pensármelo bien. La densa niebla volvía a cubrirlo todo otra vez. Quizá sea lo mejor, sí, le dije, te llamo desde Madrid. No, ya te llamo yo, me dijo. Tengo frío, tú no? Tengo calor, le dije. Afuera, en la calle, las temperaturas subían y bajaban como una montaña rusa. Por fin, volví a Madrid y al cabo de unos días la llamé. Cómo estás?, le pregunté. Llueve y hace sol, pero esta mañana nevaba mucho. En breve el cielo se nublará. Y tú, qué tal? Bien, hace calor, el anticiclón durará dos semanas. Le dije que la llamaría otra vez, cuando acabase el anticiclón, pero no la he llamado, y  me parece que ella a mí tampoco.

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