En todas las ciudades del mundo hay un hombre sentado en la terraza de un bar comiéndose un bocadillo. Todos esos hombres llevan bigote, tienen los ojos tristes o acaban de perder a sus esposas. Cualquier visitante de cualquier ciudad del mundo puede ver a estos hombres sentados a la hora de siempre, en su sitio de siempre, masticando lo que mastican siempre. Cuando han acabado de masticar, apuran de un trago su copita de vino blanco y se entregan a reflexiones más o menos obsesivas. Y cuando la reflexión les agota porque no hallan en ella alivio a su desasosiego, combaten el desánimo con recuerdos rescatados de una vida pacientemente gris, resignada o tediosa. He estado buscando a este hombre cada día por las calles de Lisboa. Confiado al principio en la ciencia del azar, que tarde o temprano acaba por satisfacer nuestros íntimos antojos. Luego, impacientado por la larga demora del acaso, deliberadas pesquisas me han llevado de una calle a otra, de un barrio a otro, de un café otro café. Dí en Benfica con un bar donde me habló un camarero de un cliente que se ajustaba a la descripción que le hice del hombre que buscaba. Era un habitual del café. Me señaló la silla donde por costumbre se sentaba, me habló de lo que comía, del vino que tomaba, de la pesadumbre en la que se hallaba sumido tras el fallecimiento de su mujer. Sin duda, el hombre que yo buscaba era él. Le pregunté por la hora en que solía venir. Me dijo que por la mañana, entre las diez y las once, pero hacía un par de días que no venía. Regresé algunos día mas tarde y al ver de nuevo aquella silla vacía pregunté otra vez por él. Con tristeza mal disimulada me dijo el camarero que había muerto la tarde anterior, no sabía muy bien a consecuencia de qué. Probablemente, dedujo el camarero, de saudade. La notícia de su muerte, sin conocerle, también a mí me apesadumbró. En todas las ciudades del mundo hay un hombre sentado en la terraza de un bar comiéndose un bocadillo. Hombres tristes, hombres resignados, hombres de monótono pasado que modestamente desempeñan su función en el mundo. Miré antes de irme por última vez aquella silla vacía y me marché esperanzado de que otro hombre, muy pronto, viniera a llenar el importante vacío que había sufrido la ciudad de Lisboa.
Ulises en Lisboa 2013
Ay la nostalgia, si nos invade más de lo debido, se nos lleva con ella.
Besos Eladio 💋💋
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Qué alegría, Margui, porque pasas por aquí y eso me hace pensar que estás bien. Muchos besos.
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Todo bien por aquí, todo y todas. Los pajaritos me traen noticas mediterráneas de qué todo ha ido bien 😊
Besos Eladio
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Me ha gustado muchísimo, Eladio.
Lleno de belleza y saudade.
Abrazo
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Muchas gracias, Paloma. Un abrazo.
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Bravo Eladio. Pedazo de relato. Me ha encantado. Felicidades.
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Muchas gracias, Manuel.
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Salen de nuestra vida la gente por las diversas causas , muy a menudo definitivamente y nos quedamos con las preguntas , visitas, felictaciones que siempre queriamos hacer pero no lo hicimos . Me trastorna mucho ese saber que… nunca, jamas. Un abrazo. El texto es precioso.
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Gracias, Tatiana. Abrazos.
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