Abelio Antolin, un hombre en la sesentena oriundo de Extremadura, permanece encerrado en sus casa por voluntad propia desde hace más de treinta años. Dicen algunos del pueblo que guarda un esqueleto con todos sus huesos en una caja de cartón, debajo de la butaca en la que se sienta. Es un confinamiento muy particular, del que las autoridades no han podido levantar acta. Misteriosamente, cuando con orden judicial acceden a la vivienda y proceden a su inspección, los agentes encargados de la misma encuentran la casa ordenada y limpia, con aromas aún recientes a sofrito y el televisor encendido, sin volumen. De Abelio y de la caja con los huesos el minucioso registro no halla nada. Hace unos días, dos o tres semanas desde el início del confinamiento pandémico, avisó un vecino de la presencia de un hombre, cargado de espaldas y torpe en el andar, que rondaba por las afueras del pueblo de la mano de un esqueleto, a la hora más o menos de la caída del sol. Ayer, un dispositivo del cuerpo de la policia apostado en los bajos de una cuadra, le dió el alto y determinó su identificación. El paseante, hombre también mayor vecino de un pueblo próximo, poseía permiso de su consistorio para sacar la osamenta una hora al día, pero se le aplicó una multa severa por trascender los límites del municipio. Preguntado por su posible relación con Abelio Antolín, el infractor negó conocimiento alguno del susodicho, cuyo nombre oía por primera vez. La policía sospecha, aunque sin pruebas, que uno y otro hombre son el mismo.

Muy bueno, Eladio.
Te está quedando una crónica del confinamiento muy original, con toques, como en esta de hoy, de realismo mágico.
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Muchas gracias, Paloma. Un abrazo.
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Te da muy bien el genero de la comedia negra…pero muy bien . Un abrazo.
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Gracias, Tatiana. Un beso.
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