Escrito a mano. Puntos suspensivos

La señora Lorenzo se las apañó siempre sola, no necesitaba de nadie, pero los inviernos eran largos y las noches frías y solitarias. Después de cenar, bajaba a nuestra casa y se sentaba en el sofá, como una reina, bajo las cálidas faldas de la mesa camilla. Mi madre hacía ganchillo y mi padre cruzaba los brazos. Ya está aquí la vieja pelandusca, decía cuando oía arrastrar sus pasos por el patio. Lo decía con un cariño raro que mi madre le reprochaba a medias, en parte porque compartía con él esa misma desconfianza cariñosa y en parte porque convenía tener hacia su persona un respetuoso miramiento, por si acaso. En su condición de agente doble, la señora Lorenzo traía de los Medrano notícias que nos regocijaban, aunque no siempre fueran verdaderas, y nosotros le contábamos cosas muy verdaderas para que los Medrano las consideraran inciertas y regocijantes. Como la señora Lorenzo tenía el don de la acritud y de la presorbebia muy acentuado, todo lo que contaba poseía un revestimiento de reproche o de censura, y hacía uso de palabras cortas y tajantes cuando emitía un juicio concluyente sobre actitudes que no aprobaba. Es verdad que nunca elevaba la voz y hablaba de una manera tranquila y reposada, pero acumulaba sin ella percibirlo una tensión interior delatada en sus labios fruncidos, secos y apergaminados. Una noche dijo sin venir a cuento que lo más importante en la vida no era el amor. Mi madre y mi padre no dijeron nada probablemente porque la frase carecía de contexto y escapaba a su comprensión. La señora Lorenzo había estado diciendo que los Medrano harían de Camilín un niño caprichoso y un consentido. Luego calló un largo rato, suspiró y dijo como si lo dijera entre puntos suspensivos que el amor no era lo más importante en la vida. Volvió a callar y reanudó su relato sobre la incorrecta forma de educar que los Medrano estaban aplicando sobre Camilín. Ella con su hija no había sido así. A los hijos, dijo, hay que prohibirles y castigarles más, y que no se crea nadie que por eso van a salir peor que los otros. Su hija se había casado y vivía en Francia muy bien y no le faltaba de nada y ella, la señora Lorenzo, había educado a su hija con rigor y autoridad, y más mano dura todavía porque era una mujer. Lo más importante, dijo la señora Lorenzo, es esto. Esta vez, mi padre y mi madre sí entendieron lo que la señora Lorenzo quería decir. La prohibición y el castigo eran importantes para que los hijos no saliesen blandos, eso ellos también lo sabían. Ninguna madre y mucho menos ningún padre desea que sus hijos salgan blandos, era una cosa que no se podía discutir. Mi madre dijo, además, que ese consentimiento de los Medrano con Camilín no podía traer nada bueno. Y poco a poco, como cada noche, la conversación iba lentamente rindiéndose a la hipnosis de la televisión, hasta que la señora Lorenzo decidía irse porque no echaban nada que valiera la pena. Muchas veces era yo quien la acompañaba hasta la puerta y formalizaba educadamente la despedida. Luego volvía al cuarto de estar y me sentaba junto a mi madre, en el hueco que había dejado la señora Lorenzo. «Ay que joderse, la vieja pendona, decía mi padre, y que el amor no es lo más importante…», «Vaya ocurrencias…», añadía mi madre, sin apartar la vista del ganchillo. Entonces yo me quedaba mirando la televisión, fuera de contexto, porque todavía no comprendía muy bien la función de una frase entre puntos suspensivos, pero mis padres, sí. Y yo creía que era al revés.

12 comentarios en “Escrito a mano. Puntos suspensivos

  1. Nosotros también teníamos una señora Lorenzo pero al revés. También estaba sola pero era un encanto. Siempre nos traía Surtido Cuétara. Se llamaba Ramona.
    Muy buen relato. Y gracias por hacerme recordar a Ramona… (aquí van los mios)

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  2. Está muy bien recreado el ambiente y la intrusión de esa mujer partidaria de la mano dura, de la señora Lorenzo, para quien el amor no es lo más importante. Tu relato, como es habitual, está tan bien trabado que uno queda pensativo… Que tengas una agradable velada.

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  3. Cuántas señoras Lorenzo se han sentado como reinas junto cientos de mesas camillas, ejerciendo de agentes dobles desde la acritud y los labios fruncidos. No me extraña el cariño con el que el padre la insultaba, llegan a hacerse entrañables.
    Abrazos, Eladio

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