Como D y C hacen tanto ruido en la cocina y me despiertan, decido abandonar la cama y entrar en la ducha. Luego, cuando ya se han ido, me preparo tranquilamente el té y desayuno al calor del tibio sol que inunda la cocina. En una revista leo el fragmento del viaje de un tal L. Simon a bordo de un velero. No soy de mar, pero anhelo aventuras cuyo trazado puedan convertirme en otro. La literatura hace posible ese cambio de realidad, pero la materia narrativa está en el agua. Si fuera de mar le pediría a Kike, mi cuñado, que me llevara con él, en su barco de verdad, a escribir esas páginas. Pero para ello necesitaría primero renovar el DNI que hace algunos años me robaron y comprobar si aún sigo siendo el mismo de antes. Mientras me dirijo a la comisaría intento recordar qué fuí yo antes de lo que soy ahora, dónde vivía y a qué inútiles trajines me dedicaba. Para qué, si no fuera posible algún día navegar, contra viento y marea, necesita uno un carné de identidad. Para qué, para cambiar la titularidad del coche que me dieron T y C? Para eso sólo no hace falta tener identidad. La identidad hay que tenerla cuando menos para atravesar de parte a parte un océano. Las vidas grises, las existencias mediocres, los hábitos y costumbres rutinarios se acomodan perfectamente al anonimato. El desarraigo, el destierro y el exilio la precisan. La vida nómada, también. Una identidad que el viento difunda por las cuatro esquinas de la realidad y el sueño, que la haga visible. Una identidad sin rostro, sin firma, sin oficio. Sin plástico.

Toda esa desinstitucionalización y marginalidad (en el sentido de margen) es poderosamente seductora. Me gustan los diarios. Hoy he recordado la historia de Johann y Silvia. Un ingeniero holandés y una bibliotecaria española que lo dejaron todo para restaurar un velero y dedicarse a navegar. http://sailingalea.blogspot.es/1182871620/el-comienzo/ Desconozco si renuevan sus identidades.
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Gracias, Patricia, un comentario muy completo. En realidad, no soy de mar, soy más de mares. Un abrazo.
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a veces hay que evaluar la contingencia
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Sí, es cierto, el problema es que tendemos a evaluarla siempre. Un abrazo.
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La identidad, esa identidad de la que escribes, requiere carácter y bastante a menudo, va de la mano de la soledad. Saludos.
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Estoy de acuerdo, Santiago, bastante a menudo. Gracias y un saludo.
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Una identidad sin rostro, sin firma, sin oficio…La auténtica identidad es tu modo de vivir y sentir. Un abrazo.
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Sí, ese es el sello personal, de cada uno. No hace falta nada más, pero hay quienes se empeñan en que sea algo más, la necesidad o la imposición de un etiquetaje. Un abrazo, Tatiana.
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