Amina me visita esta mañana envuelta en sus pañuelos de invierno. De una arrugada bolsa de plástico que extrae de su bolso saca una tartera y una crepe densa y olorosa. Lo que hay en la tartera no sé cómo se llama. Está hecho con harina y azúcar, con semillas de sésamo, con leche y con canela. Es una pasta de moderado sabor dulce, áspera y seca, para untar y comer acompañando algunos platos. Un regalo para tí, me dice. Este primer rasgo de generosidad de Amina, en cierto modo, me conmueve. Lo que hay en su cabeza y en su corazón todavìa es pronto para saberlo. Su intimidad está a cubierto de acechanzas y oportunidades. El caftán o chilaba, el pañuelo, el pantalón que tímidamente asoma y cubre el tobillo, el calzado siempre cerrado es algo más que una vestimenta con la que ahuyenta el deseo de los hombres. La protege también de análisis equivocados o de observaciones persistentes, la defiende de opiniones, de rumores, de habladurías. Pero debajo de esa ropa hay un corazón que late, y una cabeza que piensa y, iba a decir, que duda, pero no lo digo…Ciertos rasgos de generosidad no son incompatibles con el acatamiento ciego a unos dogmas. Al contrario. En el corazón de Amina hay disposición y agradecimiento, ternura y compasión. Lo que no sé es qué parte corresponde a su naturaleza y qué otra a esa obediencia temerosa de la doctrina. Aún no lo sé. Por lo demás, un rasgo de generosidad no convierte a Amina, ni a nadie, en un ser bondadoso. Rasgos inequívocos de generosidad se dan también en el malvado. Y una persona buena no es tampoco aquella que impone criterios o no admite réplicas o huye asustada de la razón. El Sáhara es marroquí y punto. A Amina, sin duda también por ignorancia, le basta una sola verdad. Y ahí es donde su generosidad mengua o desaparece. Y la verdad no admite recortes.
Luego está la realidad, la que no admite filosofías ni recreaciones poéticas o aventuras más o menos literarias. La realidad que advierte y manda callar al poema susurrante y melancólico que se complace a sí mismo, el texto pretencioso y edificante, el que eleva dictámenes y sentencia metafísicas. La de Amina, que empieza a conocer las carencias de su desamparo, el alejamiento de los suyos, el difícil día a día. Sin trabajo y sin perspectivas de tenerlo, con los ahorros de su cuenta a cero, qué le importa a ella cuál es la naturaleza de su bondad. Hay que comer. Y ahí viene, cargada de esa realidad urgente que no admite florituras de estilo, con el carrito de la compra colmado de alimentos donados por la Cruz Roja.
«Luego está la realidad»
¡ay! amigo
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Me ha gustado Amina.
Abrazo, Eladio
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Abrazos, Paloma, y gracias.
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En realidad nos manejan los dogmas a todos , algunos del vestimenta y del Sáhara y otros pensando que solamente la cultura occidental es la mejor o la dieta mediterranea va a salvar el mundo etc. etc. Los dogmas no funcionan cuando se trata de sobrevivir , entonces vale todo. El texto tuyo es para reflexionar mucho.. Un abrazo
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Gracias, Tatiana. Estos temas son de reflexión permanente, es cierto, y es un lastre que arrastramos desde el principio de los tiempos. Avanzamos en lo técnico, pero en materia humana reculamos. Un beso.
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De reflexión permanente…excepto los veranos . Para los veranos el vino blanco frio ( mejor albariño ) y dos semanas sin pensar nada…el mar , el sol y arena de la playa. Un beso
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