La historia es muy conocida, y a nadie que haya leído algo sobre la vida del autor de El almuerzo desnudo le habrá dejado indiferente. En Mexico, en un apartamento que apestaba a ginebra, tequila y ron, el escritor coloca un vaso sobre la cabeza de su mujer y dispara a lo Guillermo Tell, sin ser Guillermo Tell. Milagrosamente, el vaso se salva, pero la cabeza de Joan Vollmer estalla como una granada. Todo sucede ante la mirada del pequeño Bill, quien aseguraba recordar el acontecimiento con tanta claridad que la imagen de los sesos salpicándole la cara formó parte permanente del arsenal de sus pesadillas. Sin embargo, su padre lo negó siempre. Sin duda al pequeño Bill, que no tenía más de cuatro años cuando aquello ocurrió, le hubiera gustado que su padre admitiese alguna vez que hasta aquel momento, sin ser del todo una familia unida, eran al menos una familia feliz, o viceversa. Por razones obvias, ya no lo serían jamás, pero la personalidad de William Burroughs aporta razones suplementarias a este absoluto. Familiar, lo que se dice familiar, no es que Williams Burroghs lo fuera, entre otras cosas porque su verdadera familia eran los opiáceos, las anfetaminas, el alcohol y un largo etcétera de estímulos adictivos. No tenía tiempo para llevar al hijo al cole, bastante tenía con estar tumbado y mirarse las puntas de los zapatos mientras estaba colgado, que era siempre. Además, de un modo muy interesado consideraba que los hijos se tienen, pero son las instituciones públicas quienes han de encargarse de ellos, y era profundo su convencimiento de que la familia constituía un obstáculo para el progreso humano. En valoración de afectos, los niños estaban muy lejos del cariño preferencial que sentía por los gatos. De modo que es dificilmente imaginable que la familia, o lo que quedase de ella, se reuniese en Navidad para rememorar el drama del desgraciado asesinato. Entre otras cosas, para evitar la eterna pelea, el hijo decía haber estado presente y el padre, el célebre autor de Yonqui, lo negaba. E insistió mucho en eso, no sabemos por qué, aunque lo sospechemos. Están de su lado los biógrafos, que no registran que el pequeño Bill pasó la tarde entre pistolas y borrachos incontrolados. De ninguna manera. Pero también la policia creyó que el alma se disparó accidentalmente y la tragedia fue inevitable, y tampoco estaba allí. Con un poco de dinero, en Mexico era posible darle la vuelta a la verdad de los hechos, y los nuevos hechos se instalan, se mantienen, y se defienden. La memoria también es corrupta. Me empeño en darle importancia a algo que a lo mejor no la tiene, el hijo decía que sí y el padre decía que no, y punto. No es culpa mía que no estuvieran unidos, como lo estamos mi familia y yo. Sin embargo, llegaron a parecerse mucho, y el pequeño Bill también entendió que las drogas, el alcohol, el desarraigo y la escritura son algunas de las dramáticas formas que adopta la felicidad. Tenía treinta y tres años cuando murió y dejó escritas dos novelas, no carentes de estilo personal, que hubieran alcanzado un mayor reconocimiento si su padre no las hubiera escrito antes que él. Pero eso es otra historia.
Pobre Bill. Y qué historia más dramática!
Cada uno busca la felicidad como puede, sabe y le dejan. Pero en algunos casos sería mejor no reproducirse.
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Reproducirse. Otra interesante cuestión. Pero este abordaje necesitaría de ese sentido del humor tan tuyo, Paloma. Un abrazo.
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Sí, ya sé que me he ido un tanto por las ramas. Pero ya sabes que uno escribe y los que leen interpretan a su manera.
Gracias 😉
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Qué va, Paloma…si si eso es lo interesante, que haya diferentes lecturas, precisamente de lo que se trata es de subirse por las ramas…un abrazo
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Ese «alma» que se disparó accidentalmente (yo creo que lo has puesto ahí, porque esa imagen de un alma que se dispara -que sale de otro cuerpo disparada- y estalla en la cabeza de alguien, es poderosa imágen) puede que en medio de una reunión navideña, puede que no sea la única vez que ha ocurrido.
Paz y amor
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Desde esa esquina tuya desde la que miras las cosas acaban siempre teniendo otro aspecto. Eres un francotirador generoso. Un abrazo.
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A menudo se asocia el talento con personalidades nefastas, incapaces de las relaciones sociales más básicas. Aún así, como bien dices, la felicidad se presenta bajo múltiples caras, no siempre intercambiables.
Me ha gustado mucho la precisión, la «frialdad médica» con la que conduces el relato. No conocía al hijo de William y me dejas con la intriga. ¿Era otro Pierre Menard, el personaje de Borges que fue capaz de escribir dos capítulos del Quijote idénticos al original pero con diferente sentido?
Un abrazo
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Hasta hace muy poco yo tampoco sabía nada de ese hijo, Xibeliuss. Ha sido a raiz de un libro publicado por Dirty Works, que recoge una serie muy variada de textos póstumos, como me ha llegado la información. Las dos novelas de las que hablo no tienen traducción en castellano, pero estaban en la línea de las del Burroughs de YONQUI, y creo recordar que fueron publicadas en los setenta. Las firmó con el nombre de William Burroghs, también, y él murió en el 80 o 81. Un abrazo, Xibeliuss.
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Corrijo información, Xibeliuss. Las dos novelas de Burroughs hijo sí tienen traducción al español, aunque son dificilmente encontrables. La primera, SPEED, la publicó en el 70 una editorial argentina. JAMON DE KENTUCKY, la segunda, apareció en Star Books, la colección de libros de la revista STAR, en 1973. Un abrazo.
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Star Books! Me encanta la colección. Cada vez que veo su logo en una librería de viejo me compro el libro, lo conozca o no. Y no suele fallar!
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Hay que tener una buena constitución física para soportar las múltiples adicciones de William Burroughs. Es lo que más me admira de ese escritor. Cualquiera no resiste tanta metralla en el cuerpo. El relato en un buen ejemplo de «antifamilia». Un abrazo.
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Es cierto, y murió a los 82 o 83 años. De hierro. Un abrazo, Antonio.
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Había estado indagando en la historia de Burroughs tras terminar de leer Familia (I), pero mi curiosidad imperiosa no ha actuado como spoiler, porque leerlo de tus manos es otra cosa, tu narrativa es muy buena. Me pregunto cómo se llevaría a cabo la asociación mental que te llevó a enlazar la familia I y la familia II…. ¿Qué tal el libro de Dirty Works? Sigo esa editorial, pero aún no he leído nada. No voy a tener vida para leer tanto como me gustaría, me temo…. Un abrazo.
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El proceso creativo es tan misterioso como azaroso, como bien sabes, Patricia. Casi siempre se camina a tientas. Encontrar una fórmula «que lo haga todo» es obviamente incompatible, pero a veces insistimos en ello. Me gustaría trabajar algunos textos con ese tipo de asociaciones, ya veremos. Con respecto al libro de Burroghs hijo leí una reseña, pero no conozco la publicación. Es una especie de miscelánea que recoge notas de diario, fragmentos narrativos etcétera. No me extiendo más, Patricia. Un abrazo. Por cierto, ya me dirás algo «de lo mio».
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«lo tuyo» salió de camino ayer… no sé cuánto viaje le faltará…
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Estaré al tanto…
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