El vacío

Ayer nos levantamos algo más tarde. El sol estaba muy alto y cruzaba el cielo una negra bandada de panderetas. Desayunamos en la cocina, como siempre, mientras leíamos los periódico digitales y escuchábamos la radio. Antes de comer nos dimos un chapuzón en la balsa y tomamos el aperitivo a la sombra de las moreras, junto a la jaula de los urogallos. Y también como siempre, tras la dulce siesta al compás de las hamacas, el largo paseo hasta la roca negra. Vanos fueron nuestros esfuerzos para ponernos de acuerdo sobre el malestar que nos aflige, y aunque en lo esencial tenemos sentimientos convergentes, nos distancian puntos de vista distintos, pero no insalvables. En contra de nuestra costumbre, prolongamos el paseo hasta más allá de la encrucijada y, también en contra de nuestra costumbre, regresamos por un camino inédito que se nos hizo pesado y largo. Como era demasiado tarde y ya había poca luz, acordamos suspender el habitual partido de tenis. De modo que nos dimos una ducha rápida y luego nos sentamos en el porche a beber cerveza. Estamos seguros de que lo que nos perturba no es necesariamente grave. Nos une ese criterio común, y un deseo tambien común de que las cosas acaben arreglándose solas. Con ese deseo, y ya frente al televisor, acompañamos la ensalada, el pan tostado, el queso y la fruta con unas copas de vino blanco, bien frio. Por las ventanas abiertas entraba el aire tibio de la noche perfumada, y llegaban, de lejos, del otro lado de la valla prendada de enredaderas, los sonidos amortiguados de la ciudad. A esas horas, ambos compartimos el indefinido cansancio que los placeres indolentes imprimen, pero no tanto para renunciar al que mejor nos distrae y más nos une, así que después de ver un capítulo de la serie en la tablet, tumbados en la cama, nos dormimos enseguida. Pasa cada vez más a menudo que en mitad de la noche uno de nosotros se despierte, agitado, y el otro, sin encender la luz, oiga sus pasos y adivine su presencia frente a la ventana en penumbra, atento a esas alegres voces de niños que vienen no sabemos de donde y cuyo misterio nos apesadumbra o nos inquieta. El resto de la noche no transcurre nunca ni del todo en paz, entre nuestros cuerpos maduros se abre un hueco frío y tenso donde conviven sin entenderse la amenaza y el anhelo, quizás porque sentimos que somos felices, pero no soportamos ya esta dicha que empieza y termina aquí, en nosotros.

2017-07-16 12.33.10

El vacío Collage.  Papel japonés sobre papel natural.  Contacto: eladiore@yahoo.es

30 comentarios en “El vacío

      1. En absoluto, me parecía-me parece siempre- que la literatura, aunque aparenta buscar lectores, encuentra personas. Ahí es donde la literatura y la vida, perdona la solemnidad, se hermanan. O se funden.

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      1. Lee el comentario que te hizo Alfonso Cebrián en tu relato sobre la sombra perseguidora. Dijo que «siempre nos persigue algo y que también nosotros perseguimos» Y encuentro que en el cuento de Eladio (al final) se quedan o uno u otro sintiéndose perseguidos por un anhelo (una sombra siempre nos persigue a todos, de alguna manera)

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    1. Gracias, Paloma, la felicidad es escurridiza, ya sabes, muchas veces invisible, y otras veces, quién lo iba a decir, incomprensiblemente dañina. Hay de todo. La felicidad feliz también existe. Un abrazo.

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  1. Qué buen relato, Eladio, cruzado por esa bandada de panderetas que no especificas si suenan o vuelan silenciosamente. Sólo sabemos que son negras.
    Recreas la jornada vacacional, veraniega, de una pareja de forma tan punzantemente realista que a mí por momentos me deprime.
    A través de las ventanas abiertas lo que percibo, lo que me llega es un olor a flores inanes, como las que aparecen entrelazadas en esas coronas de plástico que adornan algunas sepulturas. Un abrazo.

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    1. Muchas gracias, Antonio, me hace mucha ilusión que este comentario tuyo aparezca al pie del relato, no porque lo explique- el relato en sí no es en absoluto oscuro- tu último parrafo le añade más definición y más belleza. Muy inspirado. Otro abrazo para tí.

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  2. «Se abre un hueco frío y tenso donde conviven sin entenderse la amenaza y el anhelo, quizás porque sentimos que somos felices, pero no soportamos ya esta dicha que empieza y termina aquí, en nosotros.»

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