El piso 50

Cuando llegaron al piso 50, E le dijo a HR que por primera vez convenía mirar hacia abajo antes de seguir subiendo. Alrededor, la hierba había crecido muy poco y había sido mucha el agua usada para la ascensión. E no estaba seguro de que valiera la pena subir un sólo escalón más. HR trató de animarlo. Es verdad que la hierba era muy corta, y amarilleaba e incluso se secaba, a pesar del riego constante, en las zonas menos próximas a su centro de subida. Por no hablar del inmenso erial que se extendía hasta más allá de donde la vista podía alcanzar. Eso era verdad, le dijo HR a E, pero ahora había hierba donde antes había sólo un pedazo de tierra desnuda. Poca, muy poca, pero había crecido, y, pese a todo, resultaba satisfactorio contemplar su humilde brillo desde el piso 50. E miró hacia abajo y no contestó. Ciertamente, resultaba satisfactorio, pero E no contestó.

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