cuaderno de verano. la perrada

Obligado a detenerme, até el caballo al pilón y me senté a la sombra del chamizo. La luz del desierto adormecía el aire y el fuego se fundía en la arena. A lo lejos, una polvareda difuminó la linea del horizonte. Apareció un hombre seguido de mil perros que ladraban y alborotaban, atados unos a otros por correas adornadas con cascabeles. Una obscena raza de mastines acaudillaba la vanguardia de la tropa, y a la cola, rezagados por la poca resistencia al medio, se arrastraban los lebreles. Al alcanzar la choza, con un gesto de la mano supo callar el hombre a la jauría. Luego se acercó hasta mí y me saludó a lo militar, llevándose la palma de la mano a la gorra. «Salud y en buena hora seáis recibido-le dije, sin moverme del sítio. Qué queréis de mí?». Impasible, me contestó:»Agregaros a mi regimiento, que ya os falta poco para transformaros en can»

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