Al parecer, durante su estancia en Lisboa, Danilo Manso publicó algunos poemas en una revista local, una publicación aséptica de contenido mayoritariamente jurídico financiada por abogados jóvenes. La mujer que quiso enamorarle, también letrada y joven, le facilitó el acceso a la publicación. En realidad, no eran ni siquiera poemas, se trataba de breves fragmentos en prosa aprisionados entre farragosas sentencias relativas a divorcios: líneas, párrafos más o menos rítmicos con los que el articulista ilustraba sus tesis y Danilo pagaba sus bocadillos de chorizo. De aquella revista, que puede consultarse libremente en internet, he seleccionado este fragmento, lo he introducido en el ordenador y he aplicado un programa de versificación. El maquillaje no mejora el estilo ni redime su falta de entusiasmo. Sin escrúpulos admito que su valor está en matar el hambre, una variante no indigna de justicia poética que por imperativo legal Danilo Manso merece.
Me dijo que no encontraba en mí
al hombre que pudiera darle la felicidad
que ella buscaba. O no lo dijo así,
simplemente dijo que yo estaba
más ausente que presente,
que se sentía lejos, que notaba
en mí una frialdad y una distancia
que le producía una sensación
de impertinente soledad.
Me dijo también que me quería,
no sabía por qué,
pero tampoco sabía hasta cuando.
Le dije que tenía razón, que seguramente
yo no era el hombre que necesitaba. O no se lo dije así,
simplemente le dije que tenía razón,
que también yo la quería, sin saber
muy bien por qué.
Luego ella se fue y yo me quedé allí,
sentado,pensando
cómo terminar este poema de amor.